“Still Life”, crueles paradojas de la modernidad en China

Dani Triadó 21/05/2007 Surgidos tras el fin de la Revolución Cultural a mediados de los setenta, los realizadores de la Quinta Generación abordaron la sociedad china con películas íntimas y reflexivas. De entre ellos sobresalían Zhang Yimou y Chen Kaige, exponentes de un cine valiente en lo ético, que traspasó fronteras gracias a unas narraciones sensibles y profundas.

Pasados treinta años y con películas como “Vivir”, “Sorgo Rojo” o “Adios a mi Concubina” implantadas para siempre en el imaginario colectivo tanto de China como del extranjero, aquellos revolucionarios cineastas, con la contada excepción de Tiang Zhuangzhuang, han entablado hoy una relación de connivencia con el Gobierno que les ha alejado de la crítica social parapetándose en superproducciones coloristas.

Nacido precisamente cuando China ponía fin a la aberración de la Revolución llamada Cultural, Jia Zhangke se ha convertido en uno de los máximos abanderados del cine chino contemporáneo gracias a películas que recuerdan a las primeras obras de la aquella Quinta Generación de cineastas que emergieron cuando él aprendía a andar.

De este modo, Jia recoge el testimonio del compromiso narrativo y ético que hizo célebres a anteriores generaciones. Sin grandes recursos y a través de una puesta en escena sencilla pero efectiva, “Still Life” se convierte en una evidencia de los contrasentidos que afectan la sociedad que vive en sus carnes el mayor y más rápido crecimiento de la historia.

Paradojas de la modernidad que destruyen pueblos enteros sin contemplación alguna representadas por las consecuencias de la construcción de la mayor presa del mundo: la Presa de las Tres Gargantas.

Un coloso que, bajo el auspicio de la obtención de energía, ha destruido centenares de pueblos y obligado a desplazarse a millones de personas que han visto como sus hogares, y con ellos muchos de sus recuerdos, quedaban sumergidos bajo la autoridad implacable del agua.

Jia Zhangke nos traslada a Fengjie, uno de los territorios anegados por la presa, en un viaje a modo casi de documental, en una mirada realista de lo sucedido a través de los ojos de dos personajes que libran una batalla contra el olvido provocado por la huida: El desplazamiento de las víctimas ha conllevado que muchos de sus familiares desconozcan su actual paradero.

Un viaje sencillo, sin el uso de grandes recursos, tan sólo cámara en mano ante el día a día de unas víctimas que, lejos de revelarse en masa contra su situación, aceptan casi imperturbables lo que les dicta un destino sin libre albedrío.

La narración esconde una sutil reflexión acerca de la precariedad laboral que padece el trabajador chino de las minas de carbón, donde está empleado uno de los protagonistas y en las que cada año mueren decenas de hombres.

Por todo ello, Jia consigue hacer renacer el espíritu crítico en el cine chino, y su éxito internacional, al obtener el León de Oro en la 63 Biennale de Venecia, le convierte en uno de los abanderados de la nueva cinematografía costumbrista proveniente de China.