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Viernes, 26 de abril de 2024
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Mishima, el último samurai
El escritor Yukio Mishima fue uno de los personajes más desmesurados del Japón contemporáneo. Excéntrico y brillante al mismo tiempo, convirtió su vida y su obra en un espectáculo que coronó con un trágico final.
Mishima Anna Zaera 24/04/2009 El 25 de noviembre de 1970, Mishima se presentó en un campamento militar de Ichigaya con la intención de cambiar el destino de un país que, según él, había caído en un profundo letargo. Una vez allí, Mishima y sus colaboradores intentaron sublevar a los soldados para que se alzaran e instauraran un sistema imperial en Japón. Los soldados se rieron de su propuesta y no le hicieron ni caso. Esta fue la última de sus excentricidades antes de practicarse el seppuku, el suicidio ritual de los samuráis.

Casi cuarenta años después de su muerte, el fenómeno Mishima produce fascinación e incomprensión al mismo tiempo. Su trágico final, lo consagró como un mito del siglo XX y lo ayudó a encumbrar una obra que ya en su momento fue muy bien acogida por la crítica y por el público y, cuya popularidad, se mantiene hasta día de hoy.

Las novelas de Mishima fueron un revulsivo para la vida literaria japonesa “influenciada por autores neosensacionistas*” afirma Carles Prado-Fonts, profesor de Literatura Oriental de la Universitat Pompeu Fabra. Los textos de Mishima, lejos de las novelas anteriores de corte más estético, tenían un estilo cuidado y un trasfondo que muchos calificaron de sublime, en parte, por “la intensa corriente de sentimientos que fluía detrás de una narración en apariencia muy cerebral” explica Jordi Mas, profesor de Estudios de Asia Oriental de la Universitat Autònoma de Barcelona.

Las razones que explican la sensibilidad que transmiten los textos de Mishima podemos buscarlas en una infancia con muchas experiencias de déficit. Alejado de su familia y bajo el mando de una abuela enferma, el niño Mishima encontró alivio en la escritura y también las primeras muestras de reconocimiento que le ayudarían a perseverar en el que más tarde se convertiría en su oficio.

Las noches en blanco escribiendo en su habitación, pronto se convirtieron en bálsamo a sus problemas de identidad, muchos de ellos, relacionados con una homosexualidad que ni entendía ni aceptaba. Como todo en su vida quedó patente en sus novelas. Así, lo demuestran muchas de las historias de amor entre hombres, temas de novelas de juventud como “Confesiones de una Máscara” o “El color prohibido” -que Alianza Editorial reedita este mes de abril para el público hispanohablante-.

Ya adulto, Mishima encontró en la preocupación por la sociedad japonesa un filón perfecto para seguir alimentándose de la ficción que él mismo creaba de su puño y letra. La reivindicación de sus ideales políticos eran ahora más que nunca “los síntomas inconscientes de una personalidad patológica” en una literatura adulta que, a pesar de su “construcción lógica y su estructura impecable en la superficie ofrecía continuas muestras de su exacerbada sensibilidad” señala Mas.

Concienciado por la situación de su país, miraba con recelo a los japoneses que sólo pensaban en trabajar y disfrutar del bienestar. Según Mas, “Mishima temía que el progreso económico se consiguiera en detrimento de la propia cultura” después de la humillación de la Segunda Guerra Mundial y del tutelaje estadounidense. Ensimismado en su cometido, Mishima decidió utilizar su popularidad como escritor para devolver el honor a su país “reivindicando lo japonés, con una firmeza que no fue habitual durante el siglo XX” según palabras de Mas. Su ideario reaccionario marcó la tetralogía “El mar de la fertilidad” –terminada poco antes de su muerte- en la que explicaba detalladamente una visión de Japón decadente y bajo el yugo occidental.

En cambio, Occidente le producía hastío y atracción al mismo tiempo. Así,“fue de los pocos autores japoneses de su generación que se molestó en aprender a hablar inglés con fluidez, en parte para promocionar su obra con el fin de conseguir el premio Nobel, lo cual indica que, como mínimo, le importaba la recepción de su obra en Occidente” dice Mas. Viajó por Europa y Estados Unidos con el ansia de descubrir de primera mano los paisajes y las culturas que primero descubrió en lecturas de autores occidentales como Wilde o Radiguet.

La experiencia fuera de Japón le sirvió para volver a su país con más ganas de encontrar sus raíces y trabajar por unos ideales que acabaron engullendo su personalidad por completo. Su cuerpo pasó a ser una prolongación de su obra y Mishima se sometió a un duro entrenamiento físico hasta que consiguió que aquel cuerpo débil y enfermizo adolescente se convirtiera en un cuerpo musculado y masculino digno de todo un samurai.

Su deber de cumplir con el honor y los códigos de lealtad a su pueblo, lo llevaron a explorar otros géneros como el teatro y la televisión, para aumentar el carácter visual de sus rituales. El suicido, que ya había anunciado con su película “El rito del amor y de la muerte” rodada en 1965, fue su último intento de producir reacción en una sociedad que empezaba a estar cansada de sus continuas extravagancias –llegó a crear la Sociedad del Escudo, una especie de escuela militar que se encargaría de levantar un país en decadencia- y lo consideraba más un loco que un genio.

No sucedió así en Occidente. Paradójicamente, Mishima encontró “en la mirada de Occidente el reconocimiento a su provocación” dice Prados, y en los años que siguieron a su muerte, la literatura de Mishima retumbó en Europa y América con mucha más fuerza que en su propio país. No es de extrañar teniendo en cuenta el exotismo que transmitía la simbología y la teatralidad de Mishima, en una sociedad occidental faltada de iconos románticos.

La fiebre por la vida y la muerte de Mishima creó un ejército de fans en los años ochenta. Un fenómeno para muchos comparable con el nuevo emperador de la literatura japonesa, Haruki Murakami. Sin embargo, Murakami parece representar todo aquello que Mishima aborrecía. Mientras que “en la narrativa de Mishima un cierto placer por el buen estilo, aquel que hace que el lector tenga siempre la conciencia de la personalidad del narrador, Murakami la deja de lado para crear unas estructuras narrativas más fluidas y más ambiguas” explica Mas, según este experto “Murakami se oculta detrás de su obra, mientras que Mishima se reivindicó con ella”.

*Se entiende por neosensacionismo una literatura que daba más importancia a la poesía y al lirismo que al realismo social.
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