Redacción
05/08/2010
El gobierno laborista en Australia podría caducar antes de lo imaginado cuando, en noviembre de 2007, su líder Kevin Rudd conseguía una histórica victoria que daba un giro radical a la política australina, liderada por el partido conservador durante los once años previos.
Rudd irrumpía así con fuerza y con unos índices de popularidad altísimos. Pero el fracaso en varias de sus iniciativas, como el plan de reducción de emisiones contaminantes que no consiguió aprobar en el Senado o el intento de aplicar una tasa a la minería, hizo caer su aprobación entre la población.
Ante la perspectiva de que se acercaba el final de la legislatura y que la imagen de Rudd iba a peor, Julia Gillard, quien era su número dos en el gobierno, daba un golpe de efecto a finales de junio y se hacía con el poder del partido y con el cargo de primera ministra tras forzar su dimisión.
Gillard, pensando que este golpe de efecto se traduciría en las urnas, adelantó las
elecciones y las convocó para el 21 de agosto –inicialmente se esperaban para noviembre-, ante la sorpresa y las críticas del líder conservador, Tony Abbott, que consideraba que la población no había tenido tiempo de valorar si Gillard era capaz de dirigir el país.
Pero a pesar esta jugada estratégica, la que ha sido la primera mujer en liderar el ejecutivo australiano puede acabar siendo la persona que menos tiempo ha ostentado el cargo. Un reciente sondeo realizado por Nielsen ponía a su partido por debajo de la oposición por primera vez desde que sustituyó a Rudd.
Según este sondeo, el partido laborista había perdido seis puntos en perspectivas de voto en una sola semana hasta quedarse en el 48%, mientras los conservadores ganaban este mismo porcentaje y se situaban en el 52%.
Otro sondeo, realizado por Newspoll, prevé un
empate técnico entre los dos partidos, cuando hace a penas unas semanas la primera encuesta daba un 55% al partido del gobierno.
Esta caída se explica, en gran parte, porque Gillard no sólo lucha contra los conservadores. Las disputas internas en su partido y las
filtraciones continuadas en su contra no ayudan a mejorar los pronósticos laboristas.
Una de estas filtraciones que han propiciado la bajada en los sondeos denunciaba que Gillard estaba en contra del aumento de las pensiones, lo que la ha obligado a reconocer que cree que se debería revisar el sistema. También se ha filtrado información sobre
Kevin Rudd, aunque en un intento de aparentar unidad, el ex primer ministro ha empezado también a hacer campaña en algunos estados para frenar a los conservadores.
En una
campaña preparada con muy poca antelación y con las peleas internas al orden del día, se habla demasiado poco de las cuestiones realmente importantes para los australianos, como el empuje económico que vive el país tras superar la crisis económica.
Gillard, consciente de que la campaña no va como esperaba, quiere cambiar su rumbo y estrategia y dirigirse a las calles a explicar en primera persona su programa, pero el tiempo apremia.
A su favor: las diez contiendas electorales más ajustadas desde 1940 las ha acabado ganando el partido que gobernaba. Pero a medida que se acercan estas legislativas,
Abbott y su coalición conservadora se sienten cada día un poco más cerca de la victoria.