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Domingo, 19 de mayo de 2024
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Duelo de hegemonías entre Tokio y Pekín en el Mar de China
Por encima del valor simbólico o económico del archipiélago de las Senkaku-Diaoyu, China y Japón se disputan en este, hasta la fecha, último contencioso de soberanía mucho más que el control de las islas, sus reservas de pesca o sus hidrocarburos. Está en juego el reconocimiento a la emergencia de China como potencia.
Redacción 21/09/2010 Por ello, para evitar hacer el juego que le interesa a Pekín, es Tokio quien está adoptando una posición más moderada y conciliadora tras el incidente protagonizado por un pesquero chino al chocar con dos guardacostas nipones en el archipiélago de las Senkaku.

El gobierno nipón ha reiterado los llamamientos a la calma ante las soflamas nacionalistas de Pekín.

Si la crisis parecía allanarse al liberar la justicia nipona a la tripulación del pesquero, la permanencia bajo arresto del capitán reactivaba el contencioso.

Aunque más simbólicas que substanciales, las medidas de protesta de Pekín sí han tenido consecuencias concretas.

Pekín respondía a la prolongación de la detención del capitán del pesquero suspendiendo los contactos a alto nivel y anulando repentinamente la visita de un millar de jóvenes nipones a la Expo de Shanghai.

Esta crisis coincide con el aniversario de los hechos que en 1931 condujeron a la invasión de Manchuria por el ejército imperial japonés, por lo que el resentimiento histórico hacia Japón ha aflorado de nuevo en la República Popular.

Las autoridades han permitido manifestaciones de rechazo al apresamiento del pesquero ante la embajada de Japón. Con todo, el gobierno chino ya probó su incomodidad con las manifestaciones multitudinarias cuando en 2005 los chinos salieron a la calle para protestar contra el revisionismo histórico en los libros de texto nipones.

Pekín modula, pues, la indignación de sus ciudadanos evitando que las manifestaciones sobrepasen su papel testimonial y agraven la disputa diplomática con Tokio.

Por ello resulta fácil deducir que el gobierno chino no está buscando llevar al extremo la tensión con Tokio, sino enviar un mensaje claro a los países ribereños del Mar de China, entre ellos Japón, sobre su categoría de potencia emergente.

La vehemencia excesiva con la que China lleva esta crisis contrasta con el buen grado de entendimiento con los últimos gobiernos de Japón y la firma de acuerdos bilaterales de cooperación, incluso uno, sellado en 2008, destinado a garantizarse un pacífico reparto de la riqueza del subsuelo del Mar de China Oriental, el escenario del actual período de tensión.

En suma, si la disputa visible la protagonizan ahora un capitán en busca de caladeros de atún y unos guardacostas atentos a toda aproximación de buques chinos, el verdadero conflicto de intereses tiene lugar a muchos metros de profundidad.

Tokio teme que China esté intentado extraer reservas de hidrocarburos de zonas que, según el acuerdo de 2008, deben ser explotadas por Japón.

La cuestión es que el conflicto amenaza con emerger a la superficie cada vez con más frecuencia, al constatarse la voluntad de Pekín de demostrar su condición de nueva potencia regional e internacional.

Los buques de guerra chinos se prodigan por la zona y se reducen las distancias a las que se mantienen una y otra marina de guerra.

Esta dinámica de rivalidad puede no haber hecho más que empezar dado que China se siente con mayores fuerzas para asentar su hegemonía en el área.

Ante la aparente decadencia de Japón, China presenta al mundo su gran dinamismo que, precisamente, acaba de arrebatar a su rival regional la condición de segunda economía mundial.

Como en otras rivalidades en Asia, las apariencias pueden contar más a veces que las realidades.

Estas fricciones entre Pekín y Tokio contrastan con su cada día mayor imbricación económica.

Es fácil constatar que en los últimos trimestres, la economía nipona ha conseguido rescatarse a si misma de los peores augurios gracias a las exportaciones a la vibrante economía china.

Por su parte, China ve en la tecnología japonesa una alternativa válida a la inversión occidental.

Prueba de este entendimiento tácito entre ambos países en materia económica es la gestión de las huelgas en Guangdong y otras provincias chinas para reclamar mejores salarios.

Una de las grandes marcas de automoción niponas, Honda, ha sido de las más afectadas. La empresa y el gobierno chino han manejado con extrema habilidad la situación concediendo aumentos astronómicos para garantizar la paz social en la fábrica global.

El conflicto laboral, de consecuencias imprevisibles en un país de 1.400 millones de habitantes, ha sido evitado. A Japón no le interesa una desestabilización en el mercado chino, aunque le robe el segundo puesto como potencia económica mundial.

Ese es el valor de una nueva alianza estratégica entre las segunda y tercera economías a pesar de las fricciones que vayan aflorar en las ricas aguas del Mar de China.


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