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Sábado, 18 de mayo de 2024
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La Asamblea china celebra el plenario del relevo de Hu Jintao por Xi Jinping
El parlamento chino, la Asamblea Nacional Popular, celebra su plenario anual, el que en esta ocasión verá el relevo del presidente Hu Jintao por Xi Jinping, ya secretario general del Partido Comunista desde noviembre. Los nuevos dirigentes tienen ante sí el reto de aceptar métodos más participativos de los ciudadanos en el destino de la gran potencia emergente.
Tiananmen asiared 05/03/2013 Los nuevos dirigentes chinos no van a modificar las prioridades marcadas por sus antecesores desde que Deng Xiaoping iniciara las reformas capitalistas. La estabilidad va a ser el objetivo por delante de cualquier otra consideración. Pero ¿es eso diferente de lo que pretenden otros gobiernos de cualquier índole?

La diferencia está en cómo se garantiza en China esa estabilidad a la que el presidente saliente, Hu Jintao, ha llamado más poéticamente “harmonía”.

Por más que la economía china, cada día más abierta, sufra los impactos de las crisis internacionales, no parece probable que crecimientos del PIB del 8%, muy por debajo de los de dos dígitos de la primera década de este Siglo XXI, vayan a ser la causa de eventuales revueltas contra el poder.

Sin embargo, sí se detecta en la clase media emergente china una necesidad cada vez mayor de adquirir nuevos espacios de libertad en ámbitos como la justicia y la libertad de expresión, especialmente ante factores como la corrupción o los abusos de poder.

Estas aspiraciones van asociadas a la nueva gran transformación en marcha de la sociedad china, el tránsito de una economía basada esencialmente en las manufacturas y su exportación a un modelo propio de las economías desarrolladas, donde el sector exterior y la inversión conviven con la fuerza del consumo.

Durante dos décadas, en China ha importado poco el coste social y medioambiental del acelerado crecimiento. Se trataba de modernizar el país a marchas forzadas, de crear unas infraestructuras que lubricaran la gran capacidad productiva de la llamada fábrica global.

Hoy este modelo ya no se sostiene por sí mismo. Las familias que con su esfuerzo han conseguido progresar económica y socialmente no quieren para sus hijos un retroceso.

Las nuevas generaciones, hijos únicos con gran porvenir en este nuevo motor de la globalización, dirigirán la primera economía del mundo en términos de PIB.

Y tienen ante sí algo todavía más difícil, construir una sociedad justa y democrática, un factor mucho más etéreo que las cuentas de una fábrica textil, una cadena de montaje de coches o la efectividad del tren de alta velocidad con las que sus padres han hecho grande China.

La llegada de Xi Jinping al liderazgo del partido y del estado coincide con esta nueva e histórica transformación económica, social y política de China.

El reto de Mao, el de Deng Xiaoping, no fueron menores, pero hacer de China una sociedad abierta en la que los ciudadanos puedan decir libremente lo que piensan es un reto que sitúa a Xi Jinping y al Partido Comunista de nuevo ante un viejo dilema, el poder o la libertad.

Hasta la fecha, tanto en la China revolucionaria maoísta como en la reformista de Deng Xiaoping, la duda siempre se resolvió del lado del poder.

Pero precisamente los éxitos de las reformas económicas han elevado las expectativas de los ciudadanos chinos, cada día más dispuestos a reclamar las libertades de las que Europa, América y muchos vecinos asiáticos ya disfrutan.

Como en tantos otros ámbitos, el orgullo chino obliga a sus dirigentes y, en buena medida, a todo el país a negar que el destino final sea una democracia a la occidental.

Resulta fácil aplicar la habitual apostilla de “con características chinas” que Pekín añade a capitalismo. Probablemente ese sea el rumbo que el régimen chino quiera imprimir a las reformas políticas. Desde hace años intenta llevar a cabo experimentos a escala local para que los ciudadanos elijan entre más de un candidato e incluso que alguno de ellos no sea miembro del Partido Comunista.

Pero también es tentador fijarse en el ejemplo taiwanés, una democracia joven surgida de la capacidad del propio régimen de reformarse y que no difiere en absoluto de cualquier democracia occidental. Con sus altibajos, es una transición exitosa.

La clave es, ¿cómo llevar a cabo una transición sin rupturas en un régimen autoritario de casi 1.400 millones de personas?

Algunos dirigentes chinos, en particular el primer ministro saliente, Wen Jiabao, han expresado en los últimos años la necesidad de afrontar reformas políticas en China.

La presión popular, cada día más visible gracias a las redes sociales, es creciente. Probablemente el liderazgo chino, una dirección colegiada con sensibilidades muy dispares pero guiada desde Deng Xiaoping por el pragmatismo, sabe que no hay otra salida que la apertura política.

La cuestión es cómo…

Y el tiempo apremia, el cambio de modelo económico impone una ampliación del marco de libertades.
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