Eva Queralt
04/04/2008
El autor de la conocida novela “
Balzac y la joven costurera china” y director de su película homónima, Dai Sijie, ha visitado Barcelona para celebrar en Casa Asia una conferencia titulada “El exilio como puente entre culturas”, algo bien presente en toda su obra, ambientada en China pero con elementos de otras culturas.
Ante este sujeto, Dai reconoce que el concepto de “exilio cultural” le atrae y que al final, al menos en su caso, vivir entre dos culturas ha sido finalmente beneficioso. “Es perfecto, nadie me tiene envidia; si una obra va mal, los chinos dicen que soy francés y los franceses que soy chino”, una dualidad que también utilizan en relación a sus doble vertiente profesional, como escritor y director de cine.
A pesar de la distancia y los años, Dai, que se presenta al encuentro con una casaca típicamente china, explica que continúa sintiéndose de su país de origen. “No soy nada radical en cuanto a eso. Hay autores chinos como Gao Xingian que dicen que no pueden sentirse de un país que no permite que se publiquen sus obras, pero yo no siento lo mismo, llegué demasiado mayor a Francia”.
Sin embargo, su relación con China no deja de ser contradictoria, ya que el gobierno chino sólo le ha permitido grabar allí una de sus películas y ni siquiera ésta logró ser exhibida. A pesar de ello, la película fue objeto de numerosas críticas y artículos en la prensa, lo que hace pensar que tuvo una gran repercusión a través del mercado negro, según explica.
Sus libros tampoco se publican en su país, salvo “Balzac y la joven costurera china” que incluía un prefacio argumentando que se permitía con el fin de poder ser criticada. Su última película, “Las hijas del botánico chino” (no estrenada en España), que trata sobre el amor entre dos mujeres, tampoco recibió el permiso para ser filmada allí y Dai tuvo que crear en Vietnam una pequeña China.
Ante esta censura, Dai afirma no entender porqué el gobierno es tan hostil con él, ya que sus películas hablan “de gente y culturas y no de política”, y le dan una gran envidia sus compatriotas que pueden publicar en China y escribir en chino. Dai, que no creía que el cine pudiera ser arte hasta que llegó a Francia en 1984 y descubrió a Buñuel, dice que escribe y dirige con el simple fin de expresarse, por lo cual le gustaría poder hacerlo en su propio idioma. Incluso reconoce que para él, utilizar el francés como lengua literaria no ha sido nada fácil y explica que su primera novela la escribió “buscando en el diccionario en cada frase”.
Tristeza por el Tíbet
Aunque advierte que no le gusta la política y que no quiere hablar de ella, no puede evitar sentirse triste por la actual situación de los tibetanos, de dentro y fuera del Tíbet, en su enfrentamiento con el gobierno chino. Más allá del conflicto actual, Dai, que creció en una región con importante presencia tibetana, expresa su dolor por la progresiva a despareciendo la cultura tibetana, debido no sólo a la represión política, sino también por las influencias de la “modernización y del turismo que llega con el tren de Pekín a Lhasa”.
Un sentimiento nostálgico que contrasta con la dureza con que opina de la sociedad china, a la que considera “enferma”, y no sólo por la influencia del comunismo, sino incluso de antes. De hecho, se está planteando que su próxima obra trate, en clave de humor, de la nueva generación de hijos únicos salidos de la política de “un solo hijo”, que ha convertido a los jóvenes chinos “en reyezuelos de cada casa, que no saben convivir y tan caprichosos que hasta en el ejército no saben cómo tratarlos”.
Durante los primeros años de exilio en Francia no disponía de papeles y no podía volver a China, fue el momento más duro. Pero desde 1995 puede viajar libremente al país, lo que le permite observar la China actual desde dentro pero con cierta distancia.
Desde esta peculiar atalaya no deja de sorprenderse por lo que ve. En dos décadas, “todos han pasado de ser comunistas a capitalistas, tomando el capitalismo en su peor faceta y con privatizaciones cargadas de corrupción”. Se fue cuando casi no había propiedad privada y ahora se asombra en conocer la importancia que ha tomado la bolsa en la vida cotidiana de la gente: “¡Hasta la mujer de la limpieza de mi madre invierte en bolsa!”, exclama entre risas.
Este cambio económico no considera que sea incompatible con la dictadura comunista, un extraño binomio al que no ve fin a corto plazo. Tampoco cree que la organización de los Juegos Olímpicos de Pekín para este verano haya servido para mejorar la situación política y social del país, sino que este evento ha sido “el gran instrumento de propaganda política de China en los últimos diez años”.
En cambio, sí que mantiene la esperanza de que el cambio económico abra, “poco a poco”, algunas puertas a los intelectuales que hasta el momento no pueden crear en su país, como él mismo. Pero ni aun así, no volvería a vivir allí. “Hubo un momento en que lo pensé, tras el éxito de “Balzac y la joven costurera china”, pero decidí que no quería desperdiciar mi tiempo pidiendo permiso para todo”.
Sin embargo, occidente tampoco es su paraíso. Agradece enormemente que Francia le haya permitido expresarse y cree que occidente ha aportado “esperanza” a muchos jóvenes que vinieron, como él, con la intención de aprender para después cambiar China. Esta relación con Europa desencadenó en una historia de amor, “pero como toda historia de amor acaba en decepción, cuando descubres que todo se mueve por intereses económicos”.
Su tercera y última novela, “Par une nuit où la lune ne s’est pas levée”, tendrá su versión en castellano en otoño. Se trata de una historia sobre un manuscrito budista que él ve muy diferente a sus anteriores obras, “mucho más literaria y sin ironía”.