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Domingo, 28 de abril de 2024
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La libertad sin paz no mejora la vida de las mujeres afganas
Suraya Pakzat, fundadora de la ONG afgana “Voice of Women Organization”
Suraya Pakzat Eva Queralt 24/11/2009 Suraya Pakzat fundó “Voice of Women Organization” en 1998, bajo el yugo talibán, para alfabetizar de escondidas a algunas niñas en su casa. Ahora es una mujer reconocida internacionalmente y en su país -ha recibido la Medalla Nacional de manos de Karzai- por su trabajo en esta ONG que da refugio, asistencia y formación a las mujeres afganas. Invitada a Barcelona por el “Institut Europeu de la Meditarrània” y Casa Asia, clama contra la pobreza en su país, origen de muchos de los problemas de las mujeres, y contra los desajustes en las políticas de la comunidad internacional.

En la Constitución afgana de 2004 se reconoce la igualdad entre hombres y mujeres, algo “impensable con los talibanes”, para los cuales no eran “ni seres humanos”. Ahora hay escuelas para niñas, pueden trabajar e ir a la universidad, hay un ministerio para Asuntos de la Mujer y representan el 27% en las dos cámaras parlamentarias. Suraya Pakzat prefiere empezar así, aportando algunos de los aspectos positivos de la situación de la mujer en Afganistán porque “los negativos son muchos más abundantes”.

Pakzad no está nada satisfecha de cómo está evolucionando su país, donde cada vez hay más inseguridad y pobreza, aspectos que siempre acaban castigando especialmente a las mujeres. “Ahora tenemos grandes leyes para la igualdad, ¿pero en manos de quién está su aplicación? De integristas y de señores de la guerra”, se lamenta.

Esta situación provoca una gran inseguridad para las mujeres, el 85% de las cuales son analfabetas y no saben cómo reclamar sus derechos. “Ser una buena mujer en Afganistán significa estar callada, ser respetuosa y no oponerte nunca a tu familia”, afirma. Esto lleva a que casi ninguna se atreva a enfrentarse a una de las mayores tragedias para las mujeres afganas: las bodas forzadas en edades muy tempranas.

“Entre el 70 y el 80% de las bodas son forzadas y decir que no es traicionar a los propios padres, muchos de los cuales ‘venden’ a las hijas porque ya no tienen más alternativas para conseguir dinero y mantener al resto de la familia”, explica. Según los datos de Pakzat, el 57% de las mujeres del país han sido casadas con menos de 16 años y a veces estas hijas no llegan ni a los diez años, incluso en la actualidad, cuando según la ley no está permitido casarse con menos de 16.

Y tras la boda llegan los niños. Pakzad, madre de seis hijos, explica que en un país que ha estado 30 años en guerra y donde no hay ninguna ayuda para cuando ya no puedes trabajar, tener hijos –varones- está considerada la única forma de saber con seguridad que alguien te atenderá en el futuro.

Sin embargo, la tasa de mortalidad infantil es la tercera más alta del mundo y aunque ha bajado en los últimos cuatro años, todavía es más elevada que en el 2000. También la mortalidad entre las madres es de las más altas. “No es fácil acceder a centros sanitarios en las zonas rurales y además, por tradición e incultura, muchas familias prefieren no salir de casa para el parto”, explica Pakzat, y añade indignada: “Luego muchos niños mueren en los primeros años de vida por falta de acceso a agua potable, mientras vemos como la usan en las fuentes de las grandes avenidas y palacios”.

La adición a la heroína es otros de los grandes problemas de las afganas que se ha multiplicado tras la intervención internacional. Según Pakzad, hay 100.000 mujeres que se han vuelto adictas a la heroína por las durísimas condiciones de trabajo en los campos de amapola, ya que una forma de soportar los dolores de espalda es tomando el opio de la plantación. Cuando ven que funciona para ellas, muchas deciden dárselo también a sus hijos para que duerman mejor. Para tratarlas de la adicción hay sólo dos hospitales en todo el país

Descoordinación internacional

El cultivo del opio bajo los talibanes era legal, pero sólo alcanzaba el 12% de las tierras porque los agricultores cultivaban arroz y otros productos agrícolas. Ahora, aun estando perseguido, Afganistán produce más del 90% del opio que se consume en el mundo.

Para Pakzad, el aumento del cultivo del opio sirve para explicar otro de los ejemplos de políticas internacionales que han resultado contraproducentes. Según ella, ante la escasez de agua muchos agricultores dejaron de cultivar arroz y plantaron trigo, otro alimento básico indispensable. Pero cuando tuvieron la cosecha, “no la pudieron vender porque Naciones Unidas había regalado a la población trigo de Canadá”. Esto provocó que algunos agricultores, enfadados y empobrecidos, decidieran “aceptar el dinero de los talibanes y plantar amapolas”, explica mientras recuerda los millones que ha invertido la comunidad internacional para erradicar el cultivo del opio sin tener en cuenta situaciones como ésta.

Sobre la intervención de la comunidad internacional, más allá de lo militar, Pakzad critica que los proyectos “se diseñan desde el extranjero, por gente que no conoce el país y cree que se puede aplicar el mismo patrón que en otros países cercanos, cuando no tienen nada que ver”.

La descoordinación entre proyectes e instituciones es evidente y pone como ejemplo: “Tenemos colegios construidos donde no se envía a profesores, y profesores que dan clase bajo los árboles”. A esto hay que añadir que la mayoría de fondos nunca llegan a Afganistán porque va a empresas internacionales o a “pequeños proyectos de poco alcance, como planes de alfabetización de sólo seis meses”.

Sin paz no hay libertad

Para Pakzad, es evidente la relación entre la pobreza que subyace en todos estos dramáticos problemas y el aumento de seguidores de los talibanes y la inseguridad. Según sus datos, el 70% de los miembros de la insurgencia talibana no compartían su ideario y se unieron a ellos por dinero. Una vez dentro, ella considera que ya no se puede hablar de talibanes moderados o no, porque todos acaban pensando igual. Pero la lucha debería estar en evitar que más hombres se unan a ellos por necesidad.

Por ello, Pakzad hace un llamamiento a la comunidad internacional para que priorice la ayuda al desarrollo y la creación de puestos de trabajo, lo que combatiría la pobreza y a la vez haría remontar la moral del país. “En 2002 no havia talibanes en las calles y si havia uno la gente lo denunciaba. Ahora la gente les da de comer. El 80% de la población no percibe la presencia del estado, así que tampoco ven porqué van a luchar contra los insurgentes”, asegura.

Ante las cada vez más voces que apoyan el diálogo con los talibanes, Pakzad se muestra muy preocupada. “Si pactan un alto el fuego no habrá paz, no es por esto por lo que estamos luchando, si negocian queremos saber qué hay en la agenda”. Además, considera que los talibanes son sólo una parte pequeña del gran problema mundial, que es Al Qaeda, por lo que un pacto con los talibanes no beneficiaría a nadie.

“Ahora tenemos libertad, pero no sirve de nada si no hay paz, porque el miedo te impide ejercerla”. Esta situación dificulta el trabajo de la ONG, pero Pakzad asegura que seguirán aportando su granito de arena y confía en que las tropas internacionales no abandonen el país hasta que el ejército afgano sea capaz de garantizar la estabilidad. “Un día seremos capaces de estar solos y esperamos que en el futuro seamos los afganos los que podamos ir a ayudar a otros países”.
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