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Sábado, 4 de mayo de 2024
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Tiananmen: a los 25 años de una democratización aplazada  

En el 25 aniversario del final traumático de la Primavera de Pekín, es lícito preguntarse hasta cuándo el régimen chino va a poder controlar la nueva sociedad china, fruto del éxito económico, con la misma ecuación que superó el desafío de los estudiantes en 1989, esta combinación de progreso económico y mano dura.
Plaza Tianamen protestas 1989 archivoTiananmen, puerta asiared 29/05/2014

Las semanas, a veces meses, anteriores al aniversario de la matanza de Tiananmen suponen para los disidentes y defensores de cualquier tipo de derechos en China un auténtico calvario de acoso policial, con interrogatorios injustificados y detenciones preventivas.

Pero en este 25 aniversario de la Primavera de Pekín las autoridades han reforzado al extremo las medidas de represión de la disidencia y del cerco a los periodistas extranjeros, única ventana abierta para los activistas chinos.

El control sobre Internet hace imposible que ni siquiera el nombre de la plaza pueda aparecer en la red.

Esta reacción de las autoridades chinas, más que reforzada este año, se encuentra entre los factores que no han cambiado en la República Popular en los veinticinco años transcurridos desde los acontecimientos de Tiananmen.

Como la reacción represiva del régimen en cada aniversario, tampoco ha cambiado el llamado veredicto de Tiananmen, es decir, la versión oficial y la valoración política de las concentraciones estudiantiles y sus aspiraciones.

El régimen chino continúa considerando el episodio como un conjunto de actos subversivos contra la seguridad del estado.

Los males de 1989 son los de hoy

Los estudiantes que ocuparon festivamente la plaza de Tiananmen hasta que la incomprensión de los viejos dirigentes comunistas les mandó los tanques tenían como principal reivindicación la reforma del sistema sin ruptura.

Entre lo que los jóvenes de la Primavera de Pekín querían cambiar, destacaban las desigualdades crecientes y la corrupción como grandes males de la sociedad china que diez años antes había empezado a salir de la lógica demencial del maoísmo.

Esos males, son encuentran entre los de la China de hoy, 25 años después. Aunque con matices en un caso y el otro.

En cuanto a la corrupción, es cierto que Xi Jinping, a diferencia de Hu Jintao, está cogiendo por los cuernos el toro de la connivencia obscena entre los dirigentes chinos y el dinero abundante, a cualquier nivel de la administración.

Pero todavía no se ha demostrado que las medidas anticorrupción de Xi sean algo más que una campaña ejemplarizante en lugar de una verdadera regeneración social y política de la poderosa China surgida de las reformas capitalistas.

En este sentido, será crucial ver cómo evoluciona el caso Zhou Yongkang, el otrora poderoso jefe de seguridad y que de ser procesado por corrupción sería el primer miembro o exmiembro de la cúpula dirigente en caer.

En cualquier caso, con la evidente mejora económica y social para la mayoría de la población china y con una enorme libertad de movimientos para unos ciudadanos en los que perdura el recuerdo de la vida gris de sus padres, sigue irresuelta la contradicción entre estabilidad política y democracia.

Desde hace años, los analistas depositan en la emergente clase media la esperanza de una China democrática, en el sentido que estos nuevos ciudadanos la exigirán como condición inherente a su estatus social.

Los males que combatían Chai Ling, Wuer Kaixi, Wang Dan? y millones de jóvenes preparados y concienciados pueden ser equiparables a los de la sociedad china actual, pero el país, en cambio, es muy distinto.

Una nueva China

Sin ir más lejos, el crecimiento del PIB es un símbolo de la gran transformación económica. Y si se ha multiplicado exponencialmente es precisamente por las políticas adoptadas por el anciano y astuto Deng Xiaoping a principios de la década de los noventa para neutralizar las frustraciones que llevaron a Tiananmen.

Pero quizás sea el mismo éxito del modelo económico chino el que condene ahora a Pekín a tener que dar un paso más hacia la reforma política.

El dinamismo económico ha dado a la población china riqueza, calidad de vida y amplios espacios de libertad individual. Para ser muy claros, si un ciudadano chino no se mete en asuntos políticos o en cualquier tipo de activismo social que pueda molestar a las autoridades, va a ser feliz y podrá hacer lo que le dé la gana, con total libertad.

Lo que ocurre ?esa es la gran contradicción? es que los controles impuestos por el régimen a la vida de la gente ya invaden ese alto grado de libertad individual de la que goza la nueva clase media china.

Es el caso de la política del hijo único, de la asignación de residencia que genera inmigrantes ilegales venidos del campo a las ciudades, la imposibilidad de respirar un aire limpio, de vivir en zonas no contaminadas, de expresar el desacuerdo con la decisión de las autoridades en cualquier ámbito, el vecinal, el urbano, el virtual?

El bienestar, el desarrollo, la libertad de movimientos que han adquirido las jóvenes generaciones, notablemente preparadas, chocan frontalmente con una sociedad de reglas y controles impuestos y en cuyo establecimiento no participan los ciudadanos.

Cómo afrontar los altos índices de contaminación, el alto coste para la salud que van a tener los déficits medioambientales, la burbuja inmobiliaria, el envejecimiento de la población, el fin del dividendo demográfico que permitía lanzar cada año abundante mano de obra al mercado laboral, lo que favorecía su competitividad? cómo cambiar el modelo económico basado en la exportación por uno sustentado en el consumo? cómo seguir creyendo que por el bien del país no se puede tener más de un hijo, etc?

Son grandes retos de la China actual que la República Popular no tenía en 1989 cuando estalló Tiananmen. Son desafíos a los que es muy difícil hacer frente desde el régimen sin contar con los ciudadanos.

El régimen comunista chino ha demostrado su gran inteligencia en la gestión del proceso de emergencia de China como potencia económica. Le va a resultar más difícil, por su tradición autoritaria ?o de vanguardia proletaria? decidir cuándo es el momento de facilitar una apertura política que, inevitablemente, está destinada a hacerle perder la hegemonía política.

O quizá no, quizá la apertura política será posible cuando el Partido Comunista considere que en lugar de desarrollo y mano dura, su legitimidad política y su supervivencia solamente se puedan sustentar ya en una justicia independiente, en el refrendo de las urnas, en la confianza y no en el miedo. Es decir, que antes de perder China, la prefiera compartida.

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