Eva Queralt
21/01/2011
El controvertido escritor japonés
Osamu Dazai publicaba en 1948
Indigno de ser humano, una novela en la que reflejaba su propia desesperación ante la vida, sus reflexiones e incluso sus propias vivencias. Pocos meses después, a punto de cumplir cuarenta años, se suicidaba junto a su amante.
El alter ego de Dazai es Yozo, un joven estudiante procedente de una buena familia de provincias, que sobrevive como puede en Tokio, donde lleva una tumultuosa vida regida por el alcoholismo y la adicción a la morfina. Como el título indica, Yozo no se siente digno de ser humano, al menos no se siente como el resto de humanos, a los que no entiende.
Un escritor, que se sitúa en el papel de narrador, introduce al lector en la historia de este joven protagonista cuando una mujer que había conocido a Yozo le entrega tres fotografías. Las tres imágenes, de un mismo hombre al que este escritor no conoce, corresponden a diferentes momentos vitales: una de cuando tenía unos diez años, una de la época de joven estudiante y una en que el deterioro de la persona dificulta enormemente adivinar la edad.
La turbadora mirada del niño-joven de las fotos le conmueve y le repugna a la vez, pero aún hay más, ya que las fotografía van acompañadas de tres cuadernos de notas, tres relatos autobiográficos que se corresponden con las tres imágenes.
La inadaptación de Yozo a la sociedad ya viene desde su infancia, cuando poco a poco va tomando conciencia de que, a su pesar, no entiende nada de lo que ocurre a su alrededor. Su solución es protegerse bajo el disfraz de bufón. Haciendo reír a los demás y respondiendo siempre a lo que se espera de él puede esconder su frustración interior.
El verdadero camino hacia la autodestrucción empieza a su llegada a Tokio para estudiar en la universidad, aunque la narración en primera persona, en un tono sereno y calmado, lo hacía sentir ya como algo inevitable.
Yozo no vive su vida, simplemente se deja llevar. Su único objetivo en el día a día es no sufrir grandes sobresaltos y poder conseguir siempre algo de sake que beber, aunque sea robando el dinero a las pobres muchachas que, inexplicablemente, se enamoran de su desesperada dulzura.
La frustración y el desamparo de Yozo siguen haciéndose hueco en la sociedad japonesa actual, donde esta breve novela -de apenas cien páginas- no deja de cosechar importantes éxitos. De hecho, en 2009, coincidiendo con el
centenario del nacimiento de Osamu Dazai, seudónimo de Tsushima Shuji, la novela se adaptó a la gran pantalla. A partir de esta historia, también se realizó una serie de dibujos animados y se publicó en versión manga.
Dazai, cuya atormentada vida tiene mucho en común con la de Yozo, publicó varios libros de relatos y dos novelas, y fue candidato al premio Akutagawa en 1935 y 1936. Pero el reconocimiento le llegó tras la II Guerra Mundial, con la aparición de
El ocaso (Ed. Txalaparta) y de esta obra, que Sajalín publica en traducción directa del japonés.