Naoto Kan supera la moción de confianza al prometer que abandonará el poder tras cerrar la crisis del tsunami y Fukushima

02/06/2011 La presión de la oposición y las dudas dentro de las propias filas del Partido Demócrata por lo que consideran una mala gestión de la crisis habían llevado a Naoto Kan a un callejón sin más salida que la dimisión.

Una reunión con los diputados de la formación gubernamental previa a la votación permitía a Naoto Kan no seguir, por el momento, los pasos de los incontables jefes de gobierno nipones que abandonan el puesto sin haber conseguido asentarse en él.

Naoto Kan llegó al cargo de primer ministro en junio de 2010, es decir, hace exactamente un año. Era el quinto jefe de gabinete en los últimos cinco años.

A cambio de recabar el voto de los más críticos, Naoto Kan prometía a su partido que dejará la presidencia del gabinete una vez completadas las medidas para la reconstrucción de las áreas devastadas por el tsunami y para el control de la radiactividad en el área de Fukushima.

Con este aval, Kan conseguía apoyo suficiente en la cámara baja para continuar como primer ministro unos meses más, aunque en una posición claramente más débil.

La oposición liberal había presentado la moción con el apoyo de su aliado minoritario, el partido Komeito y el Partido del Sol Naciente, bajo el argumento de que el primer ministro no había sabido gestionar las tareas humanitarias y de reconstrucción tras la catástrofe natural y el accidente nuclear del 11 de marzo.

Así lo indican también los sondeos realizados en las últimas semanas en Japón a pesar de la primera reacción de unidad de todos los ciudadanos ante la adversidad.

Con el paso del tiempo, una vez adoptadas medidas de urgencia, han ido aflorando las críticas a una gestión que se considera poco enérgica.

En su promesa de futura dimisión, Naoto Kan señalaba la necesidad de traspasar el poder a una generación más joven pero habiendo rehecho antes las bases para la reconstrucción de múltiples ámbitos de la sociedad japonesa.

De hecho, Naoto Kan, quien hace poco más de un año representaba la gran esperanza blanca dentro de una clase política seriamente en entredicho, se ha convertido ya en un cadáver político, en buena medida por falta de liderazgo ante el desastre.

De golpe los japoneses le ven como un político más en un momento en el que la sociedad nipona necesita recuperarse de los múltiples golpes acumulados en pocos meses.

A parte de la tragedia del tsunami y Fukushima y el coste económico que conllevan, Japón ya llegaba a este 2011 recién perdido el segundo puesto mundial en términos de PIB a favor de su gran rival histórico regional, la emergente China.

En vísperas de la moción de censura, la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) concluía que las autoridades japonesas habían infravalorado los riesgos que un tsunami podía representar para instalaciones nucleares al borde del mar como Fukushima.

Esta valoración del organismo de Naciones Unidas para la energía atómica pone a Japón ante sus propias contradicciones. Si el archipiélago pasaba por ser el símbolo de una sociedad ordenada, rica, construida sobre las sólidas bases del milagro japonés, con edificios e infraestructuras a prueba de terremoto… el tsunami barría todas esas consideraciones para ofrecernos la imagen de un país tan indefenso como cualquier otro.

Y, sobre todo, situaba a los dirigentes japoneses ante la necesidad de repensar su modelo político y económico.

Para empezar, la fuerte dependencia de la energía atómica. Naoto Kan ha esbozado un cambio en este sentido, pero la sociedad nipona no ve en él suficientes energías.